lunes, 1 de julio de 2013

Ahora

Podría pasarme el resto de la vida contemplando una puesta de sol. Las puestas de sol me dan sosiego, sobre todo cuando se esconden en el mar y desaparecen como lo hacen nuestros temores y nuestros miedos cuando el tiempo los sumerge en el fondo de nuestro recuerdo, como si nunca hubieran existido. Me quedo sentado, escuchando a dos niñas que corren por la playa y juegan con una bolsa de plástico, mientras algunas gaviotas comienzan a descender deprisa entre los los últimos rayos. La arena ya no quema, es como un bálsamo templado formando pequeñas dunas entre mis dedos.

Podría pasarme las horas quieto, simplemente observando el silencio; la luz tenue que se desintegra como el tiempo, imparable, como los años que pasan uno detrás del otro. Así son las puestas de sol, ninguna es igual que la anterior, como los días que se van accionando una sencilla manivela de colores, sólo venticuatro horas y nada más. No pasa nada más, no hay ninguna otra circunstancia que acompañe a esta puesta de sol, el sol se pone y muere, se esconde, se refugia desacostumbrándonos a su vista, a su estado y ya está. Así es la vida, que pasa y transcurre despacio pero el reloj avanza, y las cosas van sucediendo con un orden natural que nos sorprende, el orden natural de las cosas, el sol que nace y muere, igual, exactamente igual que nosotros mismos. Ahora.

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